Su ideal era la igualdad. Un ideal tan
loable como imposible. Lo que pasa que por fuera podemos llegar a ser
iguales en recursos posibilidades y condiciones, pero por dentro no
lo seremos. Cada uno de nosotros ve y siente las cosas de otra
manera. Aprovechamos o desaprovechamos los recursos a nuestro
alcance. La igualdad deseada se puede convertir en el inicio de una
desigualdad provocada. Podemos controlar dirigir y organizar todo lo
referente a la economía, pero no lo referente a los ánimos,
disponibilidades, iniciativas y creatividades de las personas. Sería
mejor pensar en la equidad, en la participación y contribución. En
algo que no se cuantifica pero se valora y aprecia, como parte de un
todo en el que todos participamos, al que todos aportamos. Es la
participación que nos ayuda sentirse importantes, tomados en cuenta.
No la competitividad sin fin, haciendo cuentas quién más y quién
menos. Si tengo lo que necesito, comparto con los que quiero y hago
lo que me gusta, puedo ser feliz.
Feliz martes de compartir.

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