Sus días de la semana parecían de piedra, pesados,
cargados de cosas y muy compactos. No entraba en ellos ni un alfiler
de descanso. Una cosa se encimaba sobre la otra. Tenía que balancear
mucho este gran peso, para no terminar aplastado por la carga de sus
compromisos. Por eso cuando llegaba el domingo, se liberaba. Sus
brazos liberados del trabajo, podían abrazar a los suyos. Sus ojos,
podían ver los ojos de ellos, sus rostros. Podían hablar sin pedir,
exigir o apurar, simplemente hablar por hablar. Llenando el aire con
la música de su cariño. Su corazón latía acelerado, no por las
prisas del trabajo, sino por la emoción de un domingo en Familia. Un
domingo que cambiaba los “tengo que...” en los “quiero...”.
Un cambio que parece insignificante, pero es esencial.
Feliz domingo de los “quiero...”

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