Hasta hace poco los días de Manuela eran un rosario de quejas y
lamentos. Ella tan buena y el mundo tan malo, no se llevaban de todo
bien, y eso sí, ella no tenía la culpa. La culpa era la exclusiva
propiedad de otros. Ella tan pobre que ni culpa pudo tener, de hecho
no tenía nada. El lujo de la vida feliz no estaba a su alcance.
Quejándose a diestra y siniestra Manuela se cansó, pues nadie le
tenía lástima, y hasta ella ya se cansaba de escuchar su disco
rayado. A duras penas reconocía la gratuita belleza del paisaje. Las
nubes, los árboles y los colores del campo, como gotas de lluvia
mojaron su alma, que parecía impermeable. Y como la gente forma
parte del paisaje, a ellos también los empezó ver con otros ojos.
Solo tu puedes abrir las puertas a la felicidad. No le niegues la
entrada. Mira los paisajes que te rodean. Respira profundamente...
Feliz Miércoles de abrir las puertas.

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