Cuando era niño tenía mucho tiempo
para pararse y sorprender. Los motivos los encontraba a cada paso. El
mundo le parecía una verdadera caja de sorpresas. A veces sus ojos
necesitaban ayuda de sus abuelos para poder ver tantas cosas en el
patio, en el parque, en el campo, en la ciudad. Pararse y mirar,
hacer miles de preguntas nunca le parecía pérdida del tiempo. Ha
pasado mucho tiempo de aquellos días y hoy raras veces se paraba y
si lo hacía solo era por un instante y con bastantes remordimientos.
Pasaba por la vida más suponiendo que viendo, añorando que
sintiendo. Sentía que cada vez más lo envuelve el caparazón de
responsabilidad y trabajo. Algo que puede ser muy peligroso. Es
cierto que un caparazón protege, pero al mismo tiempo limita la
libertad de los movimientos y nos vuelve algo torpes. Démonos el
tiempo para pararnos ver y sentir hay tantas cosas bellas a nuestro
alrededor.
Feliz día de pararse y sorprender.

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