Vivía entre edificios grandes en medio
del bullicio de una gran ciudad. Podía disfrutar de todas cosas que
una gran ciudad puede ofrecer. La misma ciudad que le hacía crecer
en posibilidades le hacía disminuir en significados. Se sentía don
nadie. Creía que cualquier cosa que puada hacer o decir en una
ciudad tan grande no tiene importancia. Es cierto que las grandes
ciudades vuelven a las personas anónimas, pero no aniquilan la
importancia de sus palabras y gestos. Los grandes cambios, las
grandes obras empiezan con cosas sencillas. A veces basta una
sonrisa, un saludo, una palabra, para cambiar la impresión, el sabor
de un día. Aunque haya mucha gente con sus cosas y sus prisas
impermeable a lo que ocurre a su alrededor, siempre habrá alguien
que se dé cuenta, que responda, que amplíe con su actitud la red
transformadora de la sensibilidad humana.
Feliz sábado de pequeños cosas en la
multitud.

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