Su culpa la tenía bien cuidada. Le daba
todas las atenciones necesarias para que no se marchite, y siempre
parezca fresca como nueva. Tenía mucho cuidado para que no se
contamine con algún perdón que podría poner en riesgo su
existencia. Es que es bueno tener siempre una culpa al alcance de la
mano. Permite justificar nuestras caras largas, nuestra falta de
iniciativa. Sirve para echarla a alguien que anda desprevenido. Si la
echamos bien, igual se la va a creer y cargar con ella. La culpa
asegura la cómoda posición de no hacer nada para no empeorar las
cosas. El perdón responsabiliza demasiado y libera de la culpa. Los
que están acostumbrados a tener una, rápidamente buscaran una
nueva. Los otros tal vez se arriesgarán a vivir sin ella. Sin su
omnipresente ayuda. Haz la prueba y verás que se siente vivir sin
culpa. Ciertamente uno tiene más responsabilidad pero también más
libertad.
Feliz miércoles sin culpa.

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