Hace bastante tiempo sus padres le dieron unas pequeñas semillas
de esperanza. Las tenía siempre a la mano. No quería usarlas en
cualquier momento. Todo lo que ha logrado hasta ahora en su vida fue
el fruto de esfuerzo y no una obra de magia, ni de buena suerte. Sus
semillas de esperanza necesitaban un terreno bien preparado y ella no
estaba dispuesta de sembrarlas en cualquier parte por el temor de
malgastarlas, era el último recurso que le quedaba. Pasaron años y
ella seguía guardando aquellas pequeñas semillas, descubriendo algo
bastante extraño, que sin haberlas sembrado sentía sus frutos.
Porque la esperanza pertenece a estas cosas valiosas que no se tiene
sino que se siente. No es un objeto que se puede poseer, es una
actitud que se puede contagiar y hacer crecer, haciéndola impulsor
de todos los emprendimientos. Ponla a fructificar en tu vida.
Feliz sábado de recoger frutos.

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