Se le gastaron
tanto sus reproches, así que ya no se podía esconderse detrás de
ellos. Hasta ahora siempre encontraba a alguien, a quien echar la
culpa. Lo hacía con tanta habilidad, que hasta los inocentes
empezaban a sentirse culpables. Sus reproches eran pegajosos
salpicaban a todos a su alrededor. Él, la eterna víctima de tanta
maldad, se sentaba tranquilo, esperando para recibir ayuda y
consuelo. Lo que pasó que tanto usaba de este recurso, que cruzó la
frontera entre uso y abuso. Los amigos siempre dispuestos a ayudar y
a consolar, empezaron a sospechar y a observar. Sorprendidos
constataron que no hacía nada y esperaba todo. Sin hacerse
responsable de nada, a otros hacía responsable de todo. Encontrarás
gente así en tu vida. No permitas que te enreden con sus reproches y
te responsabilicen por sus vidas y su felicidad. Cada uno de nosotros
tiene que encargarse primero de la suya y al conseguirla de la de los
demás. Eso no es egoísmo, sino responsabilidad. Nadie tiene derecho
culpar a los demás por lo que no hace, ni cumple.
Feliz sábado
de encargarse de uno mismo.

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