Verónica a veces amanecía muy mal. Le faltaban las
fuerzas y a veces hasta los motivos para levantarse. El trabajo que
tenía que hacer, nunca era menos que ayer y las fuerzas para
hacerlo, nunca eran más que ayer. Solo sus hijos, que no esperaban
las explicaciones ni se sentían culpables, la motivaban para
levantarse ya. Y al salir del dormitorio ocurría un pequeño
milagro, él otro ocurría en la calle. Unas cuantas sonrisas, unos
cuantos abrazos, besos y “Buenos días” dichos con alegría y de
corazón, le daban fuerza para el resto del día.
Feliz Miércoles de repartir sonrisas y saludos
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