Desde
hace un tiempo le empezaba a fallar el cuerpo. No eran problemas
graves insuperables pero sumaban una larga lista de quejas. Los años
pesaban y hacían muchas cosas cuesta arriba. Los caminos parecían
más largos, las cosas más pesadas, días más cortos. La vista no
era lo que antes y la memoria parecía un saco roto del que se caían
fechas, citas y compromisos pendientes. Todo eso hacía que crecían
las ganas de decir “no puedo” o incluso “no sirvo”. Por esa
razón había días que le costaba levantarse de la cama y no por
alguna enfermedad del cuerpo sino por todo eso que le ha pesado en el
alma. No fue la fiebre de su cuerpo, sino al contrario el frío de
los que la rodeaban, que la tenía cada vez más inmovilizada. Lo
único que podía hacer es aceptar serenamente ciertos cambios y
limitaciones y sacar el provecho de todo eso que podía hacer a su
ritmo y a su tiempo, sin dejar desanimarse por nada ni nadie.
Feliz
miércoles de aceptación.

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