No le quedaban
más culpas que echar. Ya había usado todas las que tenía en sus
manos. Lo peor de todo, la gente se había acostumbrado tanto que lo
hacía, que ya no impresionaba a nadie. Él siempre inocente,
desentendido de su parte de la responsabilidad de lo que pasaba en su
vida y en la vida de los demás. Al principio parecía creíble,
hasta le tenían pena por ser víctima de tantas desgracias y por
haber sufrido tantas penurias causadas siempre por alguien malo e
inmisericorde. Las ultimas culpas que echaba ya eran tan gastadas,
que no causaban ninguna reacción, ninguna impresión. Llegaba el
tiempo de mirarse un poco en el espejo de la responsabilidad. No
gastes tu tiempo para usar recursos baratos. Responde por lo que
haces y por lo que descuidas. Se aprecia más la cruda honestidad que
la falsa inocencia. Todos somos responsables, los unos por los otros,
y todos por el mundo en que vivimos.
Feliz lunes de
honestidad.

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