Pertenecía
al selecto grupo de los que no tienen prisas. Las tuvo antes y nada
bueno ha obtenido con eso en su vida diaria, arriesgando en muchas
veces su seguridad y la de sus seres queridos. Además con todas las
prisas no ha logrado estirar el tiempo, ni detenerlo ni hacer que no
corra tanto. A estas alturas de su vida era mejor y más fácil
disfrutar de un momento, sin mucha preocupación cuanto dure y cuando
se termine. Las prisas impiden el disfrute, la percepción de los
detalles y posibilidad de narración de todos los sentimientos. El
que menos prisas tiene más ve, más conoce, percibe y siente. Todos
disponemos del mismo tiempo durante un día, pero cada uno decide
como lo emplea. A veces respondiendo a lo que el cuerpo pide,
voluntariamente u obligados por algún problema de salud, pocas veces
respondemos a lo que nos pide el alma, el espíritu, nuestro yo
interior. Hagámosle caso, sin prisa.
Feliz
miércoles de responder a lo que pide el espíritu.