Solo por el respeto que le tenía
no le interrumpía sus discursos. Sin lugar a dudas hablaba bien,
nadie podía negar sus dotes de orador. Lo que pasa que en su caso
todo ahí quedaba en las palabras bien usadas en oraciones
impecables. No pasaba de ellas, aunque animaba a hacer algo él no lo
hacía o proponía de dejar de hacer algo y él no dejaba, cambiar y
no cambiaba. Así que para los que estaban cerca de él, y lo
escuchaban con bastante frecuencia, sus palabras empezaban a
rechinar. Soñaban con menos palabras y más acciones, quería que se
bajase de su nube de conceptos elevados y que tocase la realidad como
ellos con sus propias manos. Enseña haciendo y no solo diciendo lo
que se tiene que hacer.
Feliz sábado sin discursos.

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