Cansado de tanto
caminar, me siento a la orilla del río. La respiración se corta y
algo sale de mi pecho, es como una llamada, como un grito
milagrosamente silencioso. No lo oye nadie, solo el silencio sabe,
que existe, que está escondido detrás de cada respiro. Los ojos
reflejan una luz, como cada gota del agua encierra en si pequeños
soles, también mis ojos tienen uno, ampliado por las gotas
encerradas en mis ojos, mis compañeras de tristeza que van de par en
par las hermanas gemelas: las lágrimas. Sentado así puedo recordar,
cuando dejé el rio, los caminos que caminé, solo basta inclinarse
un poco, para ver el reflejo de la cara, para saber, que ha pasado en
todo este tiempo.
No hay tiempo para
sentarse con la gente porque corremos tanto, mucho menos tenemos
tiempo para sentarse con nosotros mismos. Tenemos prisa volamos o
eso parece colgados entre lo que queremos ser y lo que realmente
somos, entre las ilusiones y las realidades. Acompañados por tantos
y tantas y al final como siempre realmente solos. Cada uno tiene que
encontrar su camino, encontrar la solución de sus problemas.
Las veces que me ven, me
interpretan, ni siquiera quieren escuchar, porque ya saben quien soy,
como soy y que quiero. Todos tienen sus soluciones sus medias
palabras sus consejos milagrosos. Al final, para no molestar ni oír
más de sus consejos, aprende uno mentir, decir lo que quieren oír,
que todo está bien o por lo menos mejor. Ellos salen contentos y uno
por lo menos tiene tiempo y paz para morirse poco a poco, o curar las
heridas e intentar vivir.
Aquí
junto al río, el agua se lleva los segundos y minutos horas y años
de nuestra vida. Supuestamente en el mismo cauce, pero acomodándose
más y más haciendo suyas las orillas. La suavidad del agua acaricia
las piedras y les hace dormir plácidamente cambiando de forma. La
eterna conversación del sol y agua nos confunde, nos aclara, ya se
comunican tan bien que no sabes si el sol refleja el agua si el agua
refleja el sol. Cada uno entrega algo. El sol calienta el agua y el
agua refresca el sol.
Tal vez ese es el
secreto de una verdadera comunicación. Un milagroso intercambio de
igualdad, de equidad, de totalidad, sin cuentas, miedos, tratos,
plazos ni reproches.
En la vida casi siempre
nos falta una conversación, una frase, una palabra, un paso o una
decisión. Alguien se va y deja el espacio vacío las palabras que
rebotan en el silencio. El agua como la gran pantalla refleja nuestra
vida. Nos reclama nos habla solo cuando nos damos el tiempo
acercándonos a ella, acercándonos los unos a los otros. Solo a ella
se puede comparar con los ojos de una persona, sobre todo los ojos de
una persona amada a la que podemos mirar de cerca y con todo valor.
Miro y
trato de comprender los pasos, las palabras. No es la misma agua que
me vio hace tiempo y yo no soy el mismo. Cada uno de nosotros tuvo
que caminar para poder llegar a este encuentro. Cada uno tuvo que
pasar por sus cauces con corrientes caudalosas y tranquilas. Hubo
olas que subían con alegría y cascadas que caían con grito de
desesperación. Cada uno antes de encontrarse con otro tuvo que
encontrase consigo mismo, con su fuerza, su debilidad, su compañía
y su soledad profunda. Nunca se encuentra en un lugar toda el agua,
nunca se tiene con una persona todo un encuentro total y definitivo,
siempre tenemos parte de todo el universo. La parte que estamos
dispuestos de dar y recibir de una sola vez. Cada vez nos hacemos más
uno: un amor- amistad, un universo humano- cósmico. Por costumbre
tendemos a separarnos, ser individuos con su propia identidad.
Necesitamos saber, que somos diferentes del mundo que nos rodea.
Nacemos como parte del universo nos definimos como individuos y nos
unimos otra vez con el otro(a) y con el universo. Cada uno tiene que
saber lo que ofrece, lo que pone en común. Para saber con que se
enriquece lo que recibe de los demás. La prisa no siempre ayuda ver
lo que ofrecemos y lo que nos ofrecen.
A veces no podemos
descubrir eso porque nos cerramos en nuestras suposiciones o primeras
impresiones, que siendo importantes y validas, siguen siendo
imperfectas. No se puede llegar al agua y saber todo de ella, ni todo
lo que contiene, ni todo lo que da, ni todo lo que lleva. Cuantas
cosas he tenido por seguras y tengo que reconocer, que no son así de
firmes, ni claras, ni permanentes. El tiempo siempre se encargó de
valorar, dejar a descubierto lo que queda de palabras fuertes, firmes
y seguras. Las circunstancias, las realidades nos dejan frente a
nosotros mismos, a nuestro mundo.
He visto
que el agua esta en la tormenta y también en la fuente, en el arroyo
que nos ayuda apagar la sed. Es como la vida que se reparte entre mil
batallas que emprendemos y en la pacifica siesta de una tarde de
verano, cuando entre sueños hablamos con las personas que amamos.
La vida, el agua el uno no vive sin el otro, el uno se pierde por el
otro. El agua se entrega para ser vida, la vida se entrega al agua
para vivir. He dejado tantas cosas atrás, he entregado poco a poco
lo que he sido, lo que he tenido. El agua se lleva todo, el agua
llama. He recibido de la vida muchas cosas, pero también he dejado a
escaparse a muchas. Se me fueron como agua entre los dedos. Es un
arte precioso saber a retener lo que da vida, lo que refresca, lo que
renueva. El agua puede volver a la vida y puede matar, depende de su
calidad y cantidad. La felicidad también tiene sus diferentes
intensidades, cada una nos mueve hacia algo, normalmente nos ayuda
entrar a un nivel superior de conciencia, de proyección de nuestros
sueños y de su realización. Es como las alas de Ícaro que le
permiten volar, admirar el mundo desde arriba, pero son de cera y
fácilmente se pueden fundir, quemar. Mientras más feliz es uno, más
sufre después, cuando algo pasa. Las modificaciones son necesarias,
normales, pero fácilmente nos hacemos dependientes de un camino, un
proyecto. Todo depende de las situaciones personales experiencias,
vividas. A veces la felicidad llega dentro de una tristeza profunda,
nos despierta, aviva, ilusiona, mueve para caminar de nuevo, se
convierte en la única fuente de nuestra felicidad y esperanza.
Cuando por x circunstancia se va, lo que queda, es un sabor amargo,
un dolor en el pecho muy largo y profundo.
Preguntas amargas y
definitivas sobre el sentido de la vida. Descubrimos como estamos
sumergidos en el mundo que nos rodea y que solos nos encontramos. La
vida como las olas en la playa se va y se viene y uno como un medio
ahogado intenta tomar el aire luchando por cada respiro a veces
preguntándose amargamente ¿para qué?
Es verdad
que cada experiencia enriquece. Lo que pasa ,que en el mundo hay
gente experimentada más o menos con su casa, su hogar y hay gente
con mucha experiencia, pero viviendo en la calle, y por mucha
experiencia que tengan y puedan compartir, ella no les sirve como
albergue, ni les da cobijo. Para que todo el conocimiento, sabiduría,
riqueza personal, si falta el amor, si no se tiene con quién
compartir.
El arte
de aprender de la vida es complejo, hay que mirarse reflejado en
muchos espejos y de diferentes ángulos para ver la perspectiva, que
se nos abre cuando un mundo de seguridades se cierra. Muchas veces
después de sentirse amado, acompañado por las personas tan amadas y
cercanas, llega tiempo de sentirnos y vernos totalmente solos,
dándonos cuenta que a la hora de la verdad tenemos que cargar con
nuestros propios problemas, que no hay nadie que este cerca, que
comparta el mismo sentimiento, el mismo dolor. Tal vez la mayor
tragedia es que las desgracias no llegan solas, vienen en grupos como
suelo decir, en manadas, como animales salvajes, se echan sobre
nosotros. Como resistir, por donde encontrar la luz. Cuando no ves la
luz directa tal vez puedes ver la reflejada. El agua refleja la luz y
si la miramos esta luz se refleja en nuestros ojos en nuestra cara.
Puedo
auto compadecerme, puedo jugar el papel de la eterna victima. Tengo
también la capacidad de ver mi propia responsabilidad, dar me cuenta
que no todo reflejo es exacto, que hay espejos que distorsionan las
formas. Descubro sorprendido que todo lo que pienso y siento sobre
mí, es lo que acepto no lo que rechazo.
Hay cosas de nosotros
mismos, que por distintas razones rechazamos, no las queremos
reconocer, muchas cosas positivas tal vez algunas negativas. Tendemos
a polarizar y generalizar mucho, sobre todo las experiencias
negativas son las que nos arrastran hacia el abismo del dolor.
Extraño es nuestro miedo de felicidad que a veces parece tan
efímera, que ni siquiera uno intenta probar a abrir el corazón para
dejar que entre la luz de amor dentro de nosotros. Uno se acostumbra
tanto a los papeles que ha jugado a los roles sociales bien
aprendidos que no quiere abandonar el caparazón que protege. Lo
desconocido da miedo, lo desconocido exige que abandone mi cómodo
lugar. Frente a lo nuevo siempre estoy más vulnerable, expuesto a la
a veces vergonzosa evidencia de mi realidad. Dijo alguien que siempre
somos tres: lo que la gente dice que somos, lo que pensamos que somos
y lo que somos en realidad. Cada nuestro espacio por muy pequeño que
sea si siempre estamos dentro se convierte para nosotros en nuestro
universo. Perdemos la curiosidad por lo que esta afuera, con el
tiempo empezamos a pensar que es el único mundo que existe. Para
saber quien soy y como es mi mundo tengo que confrontarme con otros.
A veces
quiero cambiar, pero no estoy dispuesto a renunciar nada. El cambio
no significa añadir una nueva capa a mi armadura, sino transformar
por completo mi esencia. No es algo, que está por fuera como una
añadidura, es algo que emana desde dentro, empuja provoca la acción
que se puede ver por fuera. El cambio da frutos, cada agricultor sabe
que cuando se quiere tener una cosecha hay que sembrar y en cada
siembra siempre antes de germinar las semillas sembradas tienen que
morir. En la naturaleza no existe el camino más corto y tal vez
menos doloroso. Merece la pena caminarlo es el nuestro, pero también
es el de los demás así que nunca estaremos solos sino que siempre
en el mundo encontraremos a otros(as) locos(as) buscadores(as) de
sueños que llegan a un río para ver reflejo de su cara y de su
mundo. Duele nacer, duele morir y duele vivir, pero es el único
camino que tenemos para realmente ser, existir, amar, compartir. El
agua de cada fuente, cada rio, cada lago, por un u otro camino
desaparece en el mar. El mar de un encuentro total consigo mismo y
con los demás.
Dublín
Irlanda abril 2004