Alejandra
con impaciencia esperaba el domingo. Sin un motivo, ni una
explicación clara, que justifique su actitud de una exaltación
festiva. No era el hecho de poderse levantar más tarde, o no tener
que trabajar tanto, sino la posibilidad de sentarse mirando el espejo
y en él, el reflejo de la casa y de su familia, que perezosa
empezaba el día de domingo. La mesa era el lugar mágico, que
atraía a los que durante el resto de la semana, corren, siempre
tienen prisas, y dejan la comida, las conversaciones y los cariños a
medias. El domingo no solo las comidas eran más largas, también las
sonrisas, las conversaciones, los abrazos y los besos. Pereciera que
sus alimentos fueran condimentados con una dosis de ternura, por eso
tenían este único sabor.
Feliz
Domingo bien condimentado.
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