Judith
tenía la sensación que los domingos su cuerpo pesaba más que el
resto de la semana. No, no se trataba de anorexia, sino de la extraña
sensación de peso y lentitud que le hacía quedarse más tiempo en
la cama y levantarse con más calma.
Incluso una vez de pie se movía menos acelerada
que otros días. Así como eran más lentos sus movimientos, así
eran más lentas las conversaciones y hasta las caricias. Nada
impedía dedicar el tiempo justo y necesario para poder sentir con
todo su ser. Hace un tiempo propuso a su familia, que fuera de lo
necesario, los domingos no van a usar el reloj. Van a vivir al ritmo
de corazón, hacer cosas, cuando éste les diga que llegó la hora de
hacerlas.
Así se pasaban los domingos satisfechos en todos los sentidos
de la palabra. Haz lo mismo, es posible, muy
pronto sentirás los efectos.
Feliz
domingo sin relojes.

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