Después de la
última amargura no quiso llorar, ni echar la culpa. Porque las cosas
igual no iban a mejorar. Se sentó para esperar a ver si llega la
suerte, pero no llegaba. Así que con todas sus fuerzas y un poquito
más que eso, empezó cavar en el huerto de su alma. Había ahí algo
que afectaba todo que ella sembraba. Alguna tristeza, alguna vivencia
traumática de su pasado que se activaba con cada nuevo
emprendimiento. Algo que siempre ponía sombra a cada alegría que
empezaba a nacer. Solo si lo descubría podía cultivar la alegría
la paz y en general toda la variedad de felicidad. No era fácil la
tarea, pero era necesaria. Todos tenemos en nuestro huerto interior
algunas malezas ocultas, a veces ni somos conscientes de su
existencia. Cuesta descubrir, reconocer y hacer algo a propósito,
para liberarse y cultivar la felicidad. Siempre afectan el frágil
equilibrio que está enteramente bajo nuestra responsabilidad. La
felicidad nadie te la va a dar, la tienes que cultivar y cuidar cada
día.
Feliz
miércoles de cuidar el huerto.

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