En la vida hay momentos especiales que nos hacen
sentirse diferente. Descubrimos que somos parte de algo, que existe
una invisible y extraña conexión entre nosotros y el universo.
Todos, algún día nos quedamos maravillados por el arco iris pintado
en el cielo. El mundo iluminado por un sol, que ha discutido con la
lluvia, llegando a un acuerdo, que en el mundo hay lugar para todos.
Nos sorprenden los colores, la forma perfecta, la claridad del aire.
Es tan difícil no dejarse cautivar por ese espectáculo del luz, del
agua y del aire. Sabemos que no es suficiente mirar, hay que ver,
intentar a entender lo que nos dice y enseña el universo.
Descubrimos,
que mientras más claridad hay, mejor y más lejos se ven las cosas.
La claridad nos llega con la luz. Esta luz que nos ofrecen los que
son capaces de caminar, de salir de su mundo seguro, de sus
escondites, de rutina, de las reglas, de costumbres impuestas. Para
llagar a la luz muchas veces hay que cansarse caminando la noche, los
antiguos con tristeza e impaciencia esperaban que amanezca, que se
vea la luz, la claridad.
La luz compromete a los que caminan, les muestra muchos caminos y
obliga tomar decisiones, elecciones, que condicionarán su caminar.
En la oscuridad, solo existe un camino, por él cual siempre hemos
caminado. Hay gente que camina por la noche por buenos caminos que ya
conocen, pero siempre lo hacen buscando la madrugada.
Cada
camino en la vida nos lleva a algún punto, nos pone en camino de
encuentro, de algo o de alguien... Claro solo se puede encontrar con
alguien, si una ya se ha encontrado con uno mismo. Si no se encuentra
consigo mismo, no sabrá que se encuentra con alguien que es distinto
a él o ella. La gran sorpresa es ver a lo distinto, porque ver lo
mismo, solo sirve para describir los pobres resultados de nuestra
percepción. Ver lo diferente nos ayuda llegar más allá, nos ayuda
ver un sinfín de las diferencias que enriquecen y pintan de colores
como el arco iris el paisaje. Ver al diferente me ayuda en plenitud a
conocerme a mí mismo.
Los
encuentros hacen conexiones con los mundos que vivimos, con los
mundos que somos. Vernos, conocernos, es un desafío que exige que se
abra nuestro corazón y nuestra mente a recibir, a deshacerse de
esquemas, a dejarse sorprender. Triste y sin sentido es el caminar
del que no quiere darse el lujo de sorprenderse... no sirve para nada
el caminar del que todo lo sabe, que lleno su mundo de reglas y
esquemas, en los que coloca a todo y a todos. El caminar nos lleva a
otros niveles de nuestro conocimiento, de nosotros mismos, de los
demás y del mundo que nos rodea...
El
arco iris se empieza en un lugar, recorre su camino en el cielo, su
parte de circulo y llega a otro lugar. Siempre salimos de un lugar
concreto de nuestro caminar hasta ahora, de nuestra vida. Tenemos a
nuestras espaldas y en nuestra cabeza todo el equipaje de las
experiencias vividas, todos los sufrimientos sufridos, todas las
lagrimas lloradas y alegrías gozadas. A veces llevamos más de una
que de otra cosa, eso de alguna manera condiciona nuestro caminar...
tal vez hará más fáciles o difíciles los pasos, los encuentros.
Sabemos que el caminar, subir la sierra se puede mejor, cuando
nuestro cuerpo es flexible, cuando no somos rígidos. En la vida se
puede caminar mejor, cundo estamos dispuestos de mover los esquemas,
cuando dejamos espacios a los demás, a los que no ven de igual
manera, a los que no piensan de la misma manera, a los que no sienten
de la misma manera. El reconocer las diferencias respetarlas nos
permite ubicarnos mejor, ver los puntos de encuentro y ver las cosas
que no sirven, que estorban, que recibimos, que reconocemos como
nuestras, que profesamos sin saber por qué...
La
diversidad hace bonito el paisaje, forma con sus distintas piezas un
maravilloso mosaico. La uniformidad querida por algunos, impuesta a
los demás, hace sin color el paisaje, ciega a la gente, cierra sus
mentes y sus corazones. Un mundo sin diferencias, diversidades, es un
mundo estancado inmóvil. El arco iris sin colores deja de ser arco
iris, pierde su mágico encanto, deja de ser objeto de admiración,
en vez de alegría y esperanza, emana la tristeza.
El
arco iris, pasando por el cielo, une dos puntos en la tierra,
recordándonos que debemos ser puentes que unen y comunican los unos
con los otros. Un puente normalmente comunica las dos orillas, une lo
que estaba separado, lo que estaba incomunicado. Es el papel que
tenemos todos. Nuestro mundo de la era de las comunicaciones está
enfermo, herido, cubierto de muchos caparazones que nos aíslan, que
nos separan. Aprendemos tener miedo y desconfianza, aprendemos ser
insensibles, aprendemos competir ser auto suficientes, ver en todos
peligro. Tratamos las personas como útiles e inútiles en la
escalera ascendente de éxito. No nos interesan otros mundos a parte
del nuestro, de hecho en la mayoría de los casos, ignoramos la
existencia de otros mundos, de la otra manera de ver la vida. Nos
reservamos, aislándonos de todos, nuestros espacios que no queremos
que sean invadidos por otros. Nos preocupa la impresión que pueden
tener los demás, si de repente nos ven en nuestro mundo, si nos ven
como somos y no solo la imagen que de nosotros mismos intentamos
vender, a los demás. Nos importan más las formas, que el mismo
encuentro. Lo que normalmente importa es la casa, los muebles, el
vestido, la comida y no el encuentro.
Desde
la infancia se nos inculcan las normas de cómo debería ser un
encuentro, una fiesta, lo que no se nos inculca es la capacidad de
recibir, de encontrar, de disfrutar de la diversidad del otro, de la
otra. Si nos decidimos abrir el corazón, si nos decidimos ser
puentes, queremos ser puentes de un solo color. El diferente tiene
que acomodarse, tiene que despintarse, tiene que integrarse, aceptar
el molde que ya tenemos preparado. Tenemos que mirar de nuevo el arco
iris, descubrir sus colores, su diversidad y darnos cuenta, que
saliendo de los dos extremos nos encontramos en el medio en el punto
más alto. Los que caminan mucho en la sierra saben que antes de
emprender el camino, hay que revisar el equipaje, solo hay que llevar
las cosas más necesarias, útiles, dejando abajo todo lo que no es
necesario que estorba, que dificulta la subida, que dificulta el
caminar, incluso pone en peligro a la persona que camina.
Un
encuentro de las personas diferentes, no debe someter a nadie,
imponiendo moldes de uno o de otro, sino nos sitúa en un nivel de
conciencia y de comunicación superior, dejando abajo todos los
moldes, recordando que cada uno para llegar a este punto de
encuentro, tuvo que recorrer su camino. La experiencia de uno se
completa y enriquece con la experiencia del otro. Si las experiencias
fueran iguales, idénticas en vez de arco que nos permite a los dos
ascender a otro nivel, tendríamos una línea recta que nos deja en
el mismo nivel, sin ningún enriquecimiento, ni descubrimiento. Al
llegar al punto alto de arco iris de encuentro, llegamos a ver el
camino recorrido desde un nivel superior. Mirar desde arriba permite
mirar mejor, ver más, para poder decidir por donde seguiremos
caminando. El arco iris puede servir como propuesta a este mundo
nuevo, mundo de migraciones, de encuentros interpersonales,
interculturales, interreligiosos, intercontinentales. Tenemos crear
un nuevo modelo de relaciones, de intercambios, un nuevo concepto de
integración. La sociedad que querremos crear, tiene que liberarse de
muchos moldes y prejuicios. Ya no se puede parecer a las antiguas
sociedades cerradas o a los nefastos modelos coloniales, no se puede
parecer a las invasiones, conquistas, ni ocupaciones. Los que siempre
han estado en un lugar y los que llegan a él, tienen que caminar su
camino para poder llegar a encuentro del arco iris.
Podemos
ver a veces un arco iris doble, que embellece más el paisaje, pero
que compromete más. Nos muestra más diversidad y nos recuerda que
hay que unir los puntos cercanos, las personas que están cerca y
lejos. Tenemos que ser puentes, tenemos que ser caminos que van a
encuentro de los que viven cerca y lejos. Tenemos que empezar a
comunicar, a armonizar los corazones, las palabras, los sentidos, las
miradas y los sentimientos. Sabemos que la misma palabra para dos
personas no siempre significa lo mismo.
Para descubrir los puntos que nos unen y nos diferencian. Hay que
llagar a escucharnos con respeto sin prisa. Comunicar con las
palabras, las miradas, las expresiones corporales y simbólicas: lo
que sentimos, lo que soñamos, lo que esperamos, lo que gozamos y lo
que sufrimos. Respetar las historias, los dolores de otros, aprender
sus historias de vida para entender sus caminos, sus decisiones, sus
esperanzas, sus frustraciones. Tal vez lo que nos resulta más
difícil, es aceptar y entender los silencios, no intentar a llenar
todos los espacios con palabras, con explicaciones, con teorías.
Gracias
a desarrollo de los medios de comunicación tenemos más
posibilidades de comunicación con personas que están lejos. Todos
aprendemos a usarlos y comunicarnos con las personas que no están
presentes en el lugar y espacio en que estamos nosotros.
Perdemos la capacidad de comunicarnos con las personas que tenemos
frente de nosotros, que tenemos a nuestro lado. Así perdemos la
capacidad natural de caminar al encuentro, de construir, de tender
puentes. Nos aislamos cada vez más y nos hundimos en el mar de la
soledad, perdiendo por completo el sentido comunitario de nuestra
vida. Con cada persona diferente, la comunidad se enriquece, se
diversifica, se hace más amplia, más fuerte, más preparada para
otros encuentros, con la llegada de uno igual la comunidad solo
aumenta de número, sin ningún cambio en su sentir, en su
composición, en su apertura y su mirada. Tenemos que profundizar más
en el arte de armonizar los encuentros, para que no sean tan
dolorosos y traumáticos. El riesgo de encuentro, es el riesgo de
descubrimiento. Antes de cualquier encuentro tenemos que renunciar la
antigua tentación de conquista, de sometimiento, de intento de
convencer al que encontramos. No solo esperar sino dar los pasos,
crear espacios nuevos de los que nadie se puede apoderar. La madre
Tierra es de todos y todos están en su casa la palabra extranjero,
es una palabra enana, fría, despectiva, que impide un encuentro
verdadero.
Dejemos de
sorprendernos por lo que mutuamente nos podemos ofrecer y no
rechacemos lo que desconocemos, que el juicio no sea anterior a
conocimiento. Todos traemos cosas buenas y malas hay que elegir las
mejores. Respetemos las identidades, ayudemos crear nuevas frutos de
encuentro e intercambio.
Miremos
el horizonte descubriendo su belleza. Somos junto con los demás
parte de este horizonte que vemos, y por nuestra diversidad es tan
bello.
El arco
iris fue la imagen elegida por muchos pueblos, muchas culturas,
muchas religiones, como el signo de la presencia de Dios,
signo de unión, de la alianza. El Arco Iris nos recuerda y nos
compromete...
Aranda de Duero, agosto 2003