martes, 13 de agosto de 2013

COMUNIDAD – VIDA



Los antiguos saben muy bien, siempre lo supieron; la vida es posible cuando se es más, más que uno, cuando se es comunidad. No se puede dar vida en la soledad, no se puede disfrutar de la alegría en la soledad. El caminar de este mundo siempre fue comunitario, Dios Padre y Madre así lo ha creado. El pueblo conociendo a su creador se refiere a él como a la comunidad, dicen con frecuencia nuestros creadores. Extraño tendría que ser un Dios hundido en la soledad. Los teólogos hablan de la Trinidad, pues solo confirman que Dios es la comunidad, aunque lo hacen con palabras abstractas, frías.


El Dios por quien se vive, nos dio a la Madre Tierra, para que no se sienta solo nuestro corazón. Gracias a este gran regalo nosotros podemos palpar la presencia de Dios, él se hace compañero de nuestro camino. Desde mucho tiempo nuestros pueblos caminan. El camino conduce a encuentro con el otro y con uno mismo. Descubrimos, que no estamos solos. Nos cruzamos en el camino con nuestros hermanos y hermanas, intercambiamos el saludo, escuchamos la voz de su corazón, nos hacemos participes de sus alegrías y tristezas, con frecuencia cargamos juntos el peso de nuestros problemas, de esta manera, nuestro caminar no solo se cruza, sino también se rima, se armoniza. En el camino sin conocernos bien, nos hacemos comunidad. Los pesos llevados entre muchos parecen más ligeros, lo imposible se hace posible, lo insoportable se hace soportable, lo difícil se hace fácil. En el camino compartimos el agua, los alimentos, también compartimos el cansancio, eso nos hace uno, el agua del mismo pozo del
mismo manantial nos hace hermanos y hermanas, nos responsabiliza los unos por los otros, pero también nos hace responsables de los caminos por los cuales caminamos. Caminantes, nos convertimos en los caminos los unos para los otros.


En el mundo que nos rodea, el compañero del camino se convierte en amenaza, en peligro y no se toma ninguna responsabilidad del camino. El camino moderno uniendo dos lugares, separa dos lados, incluso suele tener un solo sentido. Parece que todo esto provoca la amnesia colectiva de este mundo que se niega a ser comunitario, olvidando sus orígenes, olvidando su pasado, olvidando el camino ya recorrido, perdiendo su destino, propiciando la soledad e infelicidad. Hacemos el camino, pero no caminamos en el vacío.


Nuestro caminar atento, nos sensibiliza a las huellas dejadas por nuestros antepasados, alguien podría decir, ellos nunca pasaron por aquí, eso no es cierto, ellos caminaron. El camino da vueltas, pero son vueltas de la concha de caracol, cada vuelta nos lleva a otro nivel. Si miramos con atención descubrimos que abajo están las huellas de los demás que caminaron antes. Eso da la seguridad a nuestros pasos, nos permite seguir caminando como ellos, seguir soñando como ellos y también nos enseña tener paciencia, saber esperar.


Los caminos de hoy, están hechos para desplazarse rápido, para cambiar de lugar con velocidad, parece que así la vida es más fácil, pero también está en un grave peligro. La velocidad nos separa de nuestra propia realidad sin pensar en la realidad de los demás, por la velocidad resulta fácil confundir los caminos, tomar el camino de alguien, perder su propio camino. Nos resulta difícil entender a los demás, su mundo nos parece extraño, nos impide compartir más que unos gestos y palabras cortas. La velocidad cobra cuenta; sembrando muerte, causando perdidas no solo materiales. La historia se hace en el camino, se descubre las huellas del pasado, se deja las de presente y se prepara para los que vienen, los que caminarán en el futuro. ¿Qué historia se puede crear en la velocidad? Nada tiene validez, todo cambia conforme cambia la velocidad. La realidad se hace manipulable, parece un dibujo animado, siempre nos explican, que no sabemos todo, que no nos dimos cuenta de la complejidad de los asuntos, que las cosas no son como parecen, que no se puede detener la historia. Cuando hablan de la historia, parece que se refieren de este tren enloquecido, que se escapó del control y está a punto de descarrilarse, llevándose al abismo a todos los que subieron a él, con la esperanza, que rápido los va a llevar a la felicidad.


Los antiguos saben la importancia del tiempo, pero no en la visión mercantil. Nosotros existimos gracias al tiempo y en el tiempo, sabemos, que todo tiene su tiempo. La existencia del tiempo permite y genera la existencia del espacio, existimos en el tiempo y en el espacio, un espacio vital en el cual nos podemos mover, desarrollar. Si acortamos el tiempo de nuestro caminar y vivir, acortamos también nuestro espacio vital, nos privamos de nuestra libertad y de una manera de la plenitud de nuestra vida. Intentando ganar el tiempo, lo perdimos. Queremos tener el tiempo para nosotros mismos y no tenemos tiempo para los demás. En la soledad hay menos espacio que en la comunidad. En la soledad el tiempo provoca aburrimiento, en la comunidad provoca compartimiento.


El camino andado nos coloca en un tiempo concreto claramente ubicado en el espacio tan grande como el camino que estamos recorriendo. Mientras más caminamos, más espacio abrimos, más personas encontramos, más palabras e historias escuchamos, más nos enriquecemos, más espacio tenemos, más somos nosotros, más somos mundo, más somos universo, más somos eternidad. Descubrimos él por qué de las cosas. El camino y el tiempo nos ayudan a conectar con el pasado, fundamentar el presente y preparar el futuro.


La omnipresente prisa nos acorta el tiempo, nos achica el espacio y nos priva de la comunidad. No podemos realmente encontrar a nadie, compartir con nadie, escuchar y conocer la historia de nadie. No estamos apoyados por un pasado que nos da seguridad nos hace sabios, experimentados caminantes. Por la prisa, el futuro se nos muestra como un precipicio en él cual si nos descuidamos podemos caer. Nos sentimos desorientados, desprotegidos, asustados por el vértigo que toda esta situación nos provoca. Como no sabemos caminar, en el caso de tener tiempo no sabemos qué hacer con él, desesperadamente intentamos llenarlo de cosas, pero con las cosas no se puede compartir, no se puede formar la comunidad, no se puede recibir ofreciendo, el mundo desarrollado asustado por perder las cosas que consiguió acumular consume tranquilizantes, que supuestamente devuelven la armonía al corazón, por lo menos mientras dura el efecto de la pastilla.


Los que menos tienen, los que todavía pueden vivir en lo que ha quedado de su mundo, no tienen este miedo, pues nadie puede robar el camino. Aunque no faltan los que quieren prohibir caminar. El mundo alrededor dice, que si no caminas a su manera con su velocidad estás parado. Te condenas al atraso, no sirves, no alcanzas el paraíso prometido. Ya no entienden, que caminar comunitario es muy diferente que el caminar solitario. La comunidad tiene su ritmo y su tiempo. Lo que se camina en la comunidad, queda para siempre para todos, no se pierde nada ni nadie. En el caminar solitario se puede perder todo, incluido él que camina. No se puede confundir el caminar comunitario con el retraso, no es negación de progreso y separación del mundo.


Se preguntan: ¿a quién desarrolla este tipo de desarrollo, que nos propone el mundo moderno? Si no desarrolla a la comunidad, si no abre los caminos para andar, si no sirve para el encuentro intercambio en la diversidad, si no permite el disfrute del tiempo y espacio de los que nadie se puede adueñar. Si no sirve para crear la comunidad más rica en la vida, la salud, la paz, la tranquilidad, la seguridad, el sentido, la sabiduría, si no crea armonía en el corazón. No sirve para nada.



Madrid, enero 2003

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