Cada vez que se enojaba, cerraba una puerta. Era muy alegre, pero
su genio lo ganaba con frecuencia. No podía dominar los pequeños
hilos que movían grandes cosas en su vida. Al enojarse con tanta
frecuencia, se le cerraban muchas puertas, hasta que un día, sin
saber, ni cómo, ni cuándo, se vio a si mismo cerrado en la prisión
de la soledad. Muchos podemos hacer nuestras observaciones, estar en
desacuerdo con algo o alguien, pero no tenemos que ir cerrando las
puertas sin decir lo que nos duele o desagrada. No nos hagamos
prisioneros de nuestro propio carácter indómito y nuestras
pretensiones de ser el centro del universo. Todos tenemos que
aprender dar para poder recibir. Mientras más lunas acumulamos, más
responsabilidad tenemos.
Feliz lunes de abrir las puertas.
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