A mí nadie me entiende, repetía con tanta frecuencia con cuanta
se le escapaban suspiros profundos, o cuando le cuestionaban. Tal vez
tenía razón en muchas ocasiones, pero no en todas. Cuando la
invadían pequeñas olas de sinceridad, tenía que reconocer, que
tampoco ella se entendía perfectamente. Que le llegaban sorpresas
hasta a ella misma, viendo como reaccionaba contra lo que sentía.
Los gestos, las palabras, las decisiones, se disparaban solos. Los
arrepentimientos siempre venían después. Como una imagen borrosa
que emergía de entre las lagrimas, aparecía la necesidad de
dialogar, de explicar, pero antes de todo, de calmarse y sincerarse
ella misma. El domingo parecía un día perfecto. Bajando de la
velocidad propia de otros días de la semana, tenía tiempo y espacio
para sentarse consigo misma y pensar. Una vez viendo todo y
analizando con sinceridad podría empezar a dialogar. Antes de exigir
y reclamar a otros que no te entienden, procura entenderse tú mismo,
tú misma, luego dialoga con calma y sin reproches.
Feliz domingo de sincerarse un poco.

No hay comentarios:
Publicar un comentario