No era capaz de detenerse para mirar el camino recorrido. Siempre
desesperada, apurada, mirando todo lo que tiene que hacer. A pesar de
su hiperactividad, no le alcanzaban las horas, ni los días, ni los
meses. Hace tiempo había olvidado lo que es respirar con calma,
aflojar los músculos tensos y relajar todo el cuerpo. Su rostro, su
cuerpo entero, ha olvidado lo que es la calma, la quietud. Cualquier
estimulo le hacía temblar y vibrar como cuerdas de un arpa. Durante
toda su vida, desde la infancia la han presionado, apurado,
recordándole que hay que trabajar. Nadie, nunca, la enseñó a
descansar, a disfrutar del trabajo hecho, del camino recorrido. Sin
este momento de descanso, de mirada retrospectiva, nos parecemos a
esclavos de nuestras propias prisas, metidos en una carrera de
desgaste, que nos lleva a ninguna parte. Pararse, descansar, no es un
lujo, es una necesidad.
Feliz martes de pararse un rato.

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