A veces se tenía la impresión que sus
oídos estaban llenos de heridas porque muchas de las palabras que
escuchaba le hacían daño. No eran palabras espinosas ni chocantes
sin embargo le hacían mucho daño. Reclamaba a los que le hablaban,
pedía el cese de las agresiones. Sus interlocutores miraban con
asombro sin entender de qué palabras estaba hablando. Ellos
cuidadosos a la hora de hablar buscando palabras claras y respetuosas
no veían donde podría estar escondida la agresión. Sospechaban que
el problema como tantas veces en la vida no es un problema de
transmisión o de contenido, sino un problema de interpretación, de
fuerza y sentido que el receptor da a cada una de las palabras.
Cuando demasiado nos hieren ciertas palabras tal vez tenemos que
revisar si el problema no está en las “heridas” que tiene
nuestro oído. Curadas las heridas del oído y del alma las palabras
no nos hacen tanto daño.
Feliz miércoles sin heridas en el oído.

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