Había un cerro solitario que lloraba en
su soledad. Sus lágrimas convertidas en un arroyo, daban de beber a
mucha gente. Los que se acercaban al cerro lo rescataban de la
soledad y hacían que el agua de su arroyo no fuese salada. La
compañía tiene este milagroso poder de transformar lo salado en
dulce, lo amargo en sabroso, lo triste en alegre. El cerro parecía
alto y fuerte, nadie le sospechaba de los sentimientos que escondía
por dentro. Lo mismo pasa con las personas, que parecen sonrientes y
seguras, se tiene la impresión de que pisan bien la tierra,
convencidas cual debería ser el siguiente paso. La verdad es
totalmente distinta de la apariencia. Esconden su fragilidad y
vulnerabilidad, midiéndose cada rato con la realidad, que sienten
que les está superando. Puede ser que no puedes hacer muchas cosas,
pero si les puedes hacer compañía y así con tu presencia, ayudar a
transformar todo lo que sea necesario.
Feliz sábado de compañía.
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