Cuando
el mundo era más nuevo y las cosas aun eran por descubrir y nombrar.
Nadie buscaba los espejos. El reflejo más seguro que tenían de si
mismos, era él de los ojos de sus seres queridos. Las distancias no
superaban las de un paseo y un abrazo. Nadie necesitaba medir ni
pesar. Todos eran lo que pensaban y como eran, se les decía el
corazón, al que en aquel tiempo se hacía caso. Las sonrisas eran
el saludo y la única moneda de cambio. Las lágrimas se conocían
solo de dos tipos; las de emoción y las de partida. Así no se
confundían las cosas y nadie agachaba la cabeza. Ese mudo soñaba
Patricia cada noche. El mundo de antes, el mundo sin espejos, ni
revistas de moda, que le ayudan a compararse con los demás, sentirse
fracasada, inadaptada y deprimirse profesionalmente con conocimiento
de causa. Sus depresiones justifican su colección de diferentes
tipos de lagrimas, que por mucho superan los dos tipos de sus sueños.
Patricia descubrió que este mundo tiene demasiados adornos, que la
distraen de la vida y hacen olvidar la felicidad.
Feliz
Jueves sin Espejos
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