A Esteban le
tocó vivir en el mundo nuevo. Aun no había memorias ni recuerdos, pues todavía
no tuvieron tiempo de alcanzar tener un pasado que les pesara. Antes de
inventar los verbos “perder” y “quitar”, el fresco tiempo que nacía como un
manantial, se tomaba en jarras de calma. La prisa no ha nacido todavía, por lo mismo nadie conocía el atraso. La vida
era lo que se vivía y el trabajo era una ocupación que llenaba espacios entre
los encuentros y las miradas. El aprendizaje era un camino al que la vida de
vez en cuando ponía un examen llamado obstáculos. Las multas se medían en
tamaños de cicatrices que eficazmente evitaban la reincidencia. No había lugar
para acostumbrarse ni acomodarse en el airé vibraba la sorpresa, que les
acariciaba haciendo les cosquillas de asombro, por eso reían con frecuencia.
Feliz Martes de
Asombro.
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