Sus palabras se resbalaban, no
llegaban a destinatario. Viviendo juntos, vivían en dos mundos
separados por los muros de sospechas, críticas, insinuaciones e
interpretaciones. No llegaba a entender que fallaba, qué impedía la
mutua comprensión. Tenía la sensación de que el uno estaba a la
espera del otro, no para compartir, ayudar y crear juntos, sino para
ver las imperfecciones. No para llevar juntos la carga, sino para
cumplir los mínimos exigidos por compartir el mismo techo y comer en
la misma mesa. Con demasiada frecuencia no se nos escucha, sino se
nos interpreta. No se presta atención a lo que decimos, sino se
intenta descubrir por qué lo decimos y qué queremos decir con eso…
Es cierto que importan las circunstancias y las intenciones, pero no
pueden ser más importantes que el mensaje. Primero escucha lo que te
dicen. Trata de entenderlo bien en toda su complejidad o toda su
simplicidad, luego pregúntate por las intenciones, por los motivos.
No vivas con la constante sospecha de que todos los mensajes que te
dirigen son malintencionados y tienen algún mensaje oculto. A veces
nuestra percepción nos hace una mala jugada y nos complica lo que no
está complicado.
Feliz sábado de una buena
percepción.

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